martes, 8 de julio de 2008

La última escena del Gran Meyerhold o La deriva ideológica








Escuela Mario Gallup 4º año
Institución Teatral El Galpón
Trabajo realizado a pedido de Chino Campodónico.


Ahora, dedicado a su memoria.




Una de las cosas que me ha impresionado más al abordar una personalidad de tal dimensión es el hecho de que recién hoy se sepan los detalles del asesinato y juicio del que fuera víctima en 1939 por el régimen stalinista. De hecho siempre se conocieron segundas versiones pero cuando se accede a los archivos de la KGB se da luz sobre la muerte y tortura de uno de los más grandes directores de teatro del siglo XX. La clausura por parte del stalinismo del Teatro del que disponía Meyerhold para sus representaciones artísticas generó en él un profundo impacto psicológico de tan magnitud, que cuando fue invitado a hablar en varias conferencias, sus discursos fueron confusos e inconclusos, lleno de alabanzas a Stalin. Obviamente esto trajo aparejado el desconcierto entre sus seguidores, pero en cierta forma fue entendido, teniendo en cuenta que en la época enmarcada en la persecución política e ideológica en la que estaban inmersos, la retractación de las ideas era lamentablemente algo común. Claro está que muchos críticos al escuchar esos discursos tomaron también conciencia del profundo legado que Meyerhold había dejado al teatro ruso, por lo tanto no se debía tener en cuenta ese discurso contradictorio y ambiguo propio del sistema represor en el que estaban atrapados, por esta razón se debía dar todo el apoyo posible a Meyerhold. En un profundo clima represivo es que se lo obliga a firmar sus contactos trotskistas y dar el nombre de una conspiración subversiva junto a Trotsky. Algunos dicen que Stalin nunca le perdonó que Trotsky le suministrara algún material militar para la escenografía de una de sus puestas en escena. Meyerhold es internado en un hospital donde no puede dormir ni comer. Su mujer es acuchillada por dos desconocidos y sus hijos fueron obligados a abandonar el departamento que le habían concedido por su trayectoria teatral. Meyerhold escribe en una de sus últimas cartas donde se retracta de todas sus declaraciones bajo tortura y exige su libertad en una patética frase final: “Amo a mi Rusia, quiero mi libertad” Como mencioné al principio, lo despiadada que puede ser la información, aún más cuando llega de forma “truculenta” después de años de espera. Hoy tenemos ante nuestros ojos los detalles de un asesinato que no solo tomó como víctima a una persona, sino que asesinó una forma de ver el mundo, un intento de cambio, una nueva visión del teatro y una vida políticamente activa. Hoy sabemos qué ocurrió y de qué manera, pero eso a nivel histórico no sirve de mucho, las atrocidades siguen ocurriendo y nada puede parar este tipo de máquinas represoras que generalmente cuentan con una guiñada por parte de las masas. Yo tengo claro que la historia puede explicar el porvenir, pero no el devenir. El devenir estalla con sus nuevas órdenes. Se conocen hoy cartas de Meyerhold donde relata las increíbles torturas psicológicas y físicas durante los interrogatorios: “ Me pegan con una goma en todas partes de mi pobre cuerpo y cuando me siento me pegan en las rodillas hasta producirme grandes hemorragias. El dolor es tan grande que se puede firmar o aceptar cualquier cargo, incluso podría “inventar” yo mismo para evitar que me siguieran golpeando” Los interrogatorios duraban de 18 a 20 horas diarias y se sabe que los torturadores operaban de a dos. Se le impedía dormir y se le decía que si se rehusaba a escribir la confesión se le volvería a pegar “hasta quedar como una masa uniforme”. En cuanto a los motivos de persecución que llevaron a Meyerhold a esa situación lamentable, cito una frase de Foucault: “es más difícil a veces destapar los secretos que el inconsciente”. Muchas son las cosas que no tengo claras, posiblemente porque desconozca varios motivos políticos e históricos de la época y fundamentalmente escapan a mi entendimiento por cuestiones vivenciales. Fueron muchas las veces me he cuestionado el impacto que debe haber tenido para la gente que, esperanzada en el orden político de la Unión Soviética, se viera luego defraudada por un desajuste en el poder, o mejor dicho en el abuso del mismo, que provocó el paulatino resquebrajamiento de un sistema alternativo. Me detengo a pensar en la desazón que deben haber sentido aquellos hombres que miraban hacia aquel continente obrero como único referente de lucha, de motivación activa. Esos hombres que hoy continúan luchando entre nosotros, y son nuestros padres, nuestros abuelos, qué habrán pensado en aquel momento, y fundamentalmente, qué piensan hoy en día cuando miran a su costado y no ven más que corrupción generalizada, fallas éticas, y lo que es peor aún: la exhibición perversa de esa inmoralidad. Al igual que nosotros los jóvenes, hoy esos hombres no saben hacia dónde dirigir su mirada, a veces se sienten incomprendidos, confundidos. Cabalgan lejos de los bordes revolucionarios que los movieron y ya casi no se cuestionan. Muchas veces se encuentran repitiendo “viejos slogans”. Los vemos hablando de política y no nos involucramos demasiado. Creo que debemos asumir el peso de la gran responsabilidad histórica, el fracaso del socialismo real. Debemos proponer un socialismo con democracia. Un socialismo poético y alegre, que se vaya inventando así mismo en el devenir, en nuevas prácticas concretas, sin renegar de su origen ni de su ética. Donde todos podamos tener incidencia directa, donde nos sintamos partícipes y no meros objetos justificativos del poder. “ES MÁS FÁCIL LLEGAR A UNA REVOLUCIÓN QUE CONSOLIDARLA PARA LAS MASAS” Sobre todo me parece de sumo interés saber si esos hombres luchadores pudieron interpretar los hechos objetivamente, ya que no disponían de la información que hoy sí se tiene. Seguramente no sabían con certeza lo que estaba ocurriendo, porque un sistema dictatorial en eso mismo se basa, en la restricción y el manejo de la información. Estos mecanismos de represión nacen sólo cuando el miedo se introduce solapadamente en la textura social. No hay totalitarismo de semejante magnitud sin complicidad de una gran masa de la población. Y eso mismo ocurrió en la última etapa de la Unión Soviética y también en las sombras dictatoriales de nuestro país años después. El totalitarismo no sólo se gesta en el poder, sino que se transmite cuerpo a cuerpo, célula a célula a través de la sociedad. No se trata con esto sólo de recordar el pasado, se trata de denunciar el futuro, un posible futuro represivo que se avecina. Yo pienso que las dictaduras reprimen y las democracias facilitan. Aquí en este país, por lo que me han contado, por lo que he estudiado, hubo un tipo de subjetividad que facilitó la interiorización de la violencia como obvia, como normal y cotidiana. Esto permitió la complicidad de una gran parte de la población, a través de una complacencia de los asesinatos diarios, aquello de “por algo será” que inclusive yo mismo he escuchado de gente cercana como infundada forma de justificación. Los hombres de hoy, no pueden mirar al pasado porque mirar al pasado es verse reflejados en espejos de identidades fracturadas y difusas, donde se hace imposible reconocerse. Es una visión terrorífica. Y en cierto sentido eso fue lo que ocurrió, el desmantelamiento ideológico, la deriva ideológica. Reivindico desde este lugar el empecinamiento y la vehemencia de Meyerhold por mantener intacto su pensamiento, lamentablemente, para muchos hoy en día esa actitud sería incomprensible. EL ACTOR SEGÚN MEYERHOLD A continuación extraje varias afirmaciones de Meyerhold donde clarifica su visión del Actor. Con esto quiero realizar un contraste entre lo que Meyerhold pensó y lo que hoy se piensa (o mejor dicho, lo que yo pienso) El teatro posee una particularidad sorprendente: un actor de talento llega siempre a un espectador inteligente. La relación actor–público debe ser tenida en cuenta especialmente cuando abordamos una nueva creación artística. El teatro antes que nada es RELACIÒN. Un delicado equilibrio entre, por qué lo digo y hacia quién lo digo. Cuando un actor cree fervientemente en lo que está diciendo y su mecanismo creativo es convincente, el público sabrá captar fácilmente el mensaje. Nunca debemos subestimar al espectador. Hay momentos en el proceso creativo que el actor o el director se cuestionan si el público logrará entender la esencia de la obra y por esta razón recurren a subrayar, a remarcar desde la actuación, a ilustrar. Cuando un espectador inteligente recibe todo resuelto pierde el interés en lo que está viendo y se siente defraudado. Muchas veces se intenta acercar el texto o la puesta al “entendimiento popular” y es así como se “borra con el codo lo que se escribió con la mano”. La relación casi mágica que tiene el actor con el público cuando se habla de teatro de arte, debe estar basada en el respeto, éste es un de los preceptos básicos de los que parte esa RELACIÓN. Meyerhold habla de un actor con talento, pienso que el talento no es necesario, el talento no existe en el teatro. Lo que sí existe es la voluntad creadora, el compromiso de darse completamente al propio trabajo.Una apreciación sobre el público de hoy, en este momento existe un público heterogeneo, reflejo de esta sociedad dispersa en la que vivimos. No existe en este momento un interés colectivo que aglomere a las masas, no hay objetivos comunes, por esta razón ninguna forma de teatro puede pretender ser popular, que sea capaz de comprometer a toda la comunidad. Para verter en la escena verdaderas lágrimas es necesario experimentar la emoción de la creación, el impulso interior, es decir, estar en el mismo estado que en el momento de estallar una risa sincera. La naturaleza psicofísica de la risa y de las lágrimas, es la misma. Las dos brotan de la alegría y del impulso del artista. Los demás medios de provocar las lágrimas, revelan la neurastenia y la patología y están contra - indicadas en el arte. Cualquiera sea el estado emotivo que exprese un personaje, el actor siempre debe tener preparado su cuerpo y su mente, debe experimentar una profunda calma creadora. Para eso la confianza en sí mismo y la entrega incondicional, son ingredientes básicos de la creación artística. Todos los estados emotivos nacen del mismo lugar del actor, son mecanismos conscientes pero deben estar tan asimilados que será difícil identificar desde dónde provienen. Lo que es muy claro si, es que el camino verdadero surge desde motivaciones internas del mismo actor, desde su libertad creadora. Cualquier inexactitud es propicia para desviar la acción y convertir un estado emotivo en mero artificio. NO se debe sabotear el sentimiento real que brota del Estar Escénico. Para ello es necesario dejar de lado las preocupaciones externas que puedan teñir el proceso de creación verdadero. Se debe huir de las mezquindades cotidianas y apostar al verdadero regocijo del arte. Como actores tenemos un compromiso muy grande, una misión, la misión de lo bello. El camino para llegar a esa belleza que el actor debe aspirar siempre, es el camino de la verdad escénica. Si realmente sentimos que ponemos absolutamente todo en ese proceso creador, sin duda la misión estará cumplida. En cada representación fundamental del teatro contemporáneo es preservar el don de la improvisación que posee el actor, sin transgredir la forma precisa y complicada que el director ha conferido el espectáculo. Un actor para reconocerse como tal debe poder realizar un sinfín de mecanismos que lo lleven al resultado final. Los procedimientos son relativos a cada actor y varían. Pero creo que en lo que todos coincidimos es que la improvisación es un mecanismo esencial del actor. Quizá la palabra correcta no sea “don”, ya que el mismo es un mecanismo a trabajar, a ejercitar. Es imprescindible tener la suficiente confianza en uno mismo para dejarse llevar por el cuerpo, por la situación y por la consigna. De esta forma se encontrarán sin duda resultados sorprendentes. A veces improvisar produce pánico, pero se descubre con la praxis que es tan peligroso como rico, se viven muchos estados interiores simultáneamente y la adrenalina te arrastra por lugares desconocidos. Uno cuando termina una improvisación tiene la sensación de haber realizado un viaje del que trajo varios “regalos” para usar en el proceso creador. Muchas veces he afrontado una improvisación con mucho miedo. Sólo es necesario confiar en uno, en el director y en el espíritu común grupal, logrando de esta forma una felicidad creadora cuya sensación es totalmente recomendable. Una de las cosas que resalto del trabajo práctico que hemos realizado en estos meses basados en la obra de Walter Acosta (que sí tuvo logros concretos) es haber podido superar el miedo a la improvisación, un mecanismo fundamental en la creación. He hablado con Stanislavsky. Él y yo abordamos la solución de una tarea como los constructores de un túnel: cada uno avanza por su lado, pero en alguna parte, en el medio, nos encontramos seguramente. Los caminos pueden ser muchos, pero cuando se hace teatro de arte, generalmente se llega al mismo puerto. Si al embarcarnos nos proponemos hacer un trabajo artístico donde esté comprometido lo mejor de nosotros y sobre todo teniendo en cuenta hacia dónde nos dirigimos y por qué lo hacemos, sin duda llegaremos a buen puerto. Desde nuestro arte podemos cambiar las cosas o empobrecerlas más, en ese sentido puede ser un juego peligroso. El teatro es una herramienta de cambio, de lucha activa, y no siempre los caminos que se toman son los correctos y a veces los resultados son meros despropósitos. Stanilslavsky decía que: “la escena es una página en blanco, se puede escribir en ella la más hermosa o la más detestable de las poesías, según quién escriba, según su manera de escribir” Oscar Wilde decía: “El artista es o bien un sacerdote o bien un payaso" Y a nosotros qué nos queda por decir? En cierto sentido, no sé si podemos hablar de teatro del futuro, sino tan sólo de situaciones dramáticas que puedan expresar el surrealismo cotidiano de la supervivencia. Debemos preservar nuestra imaginación creadora, desarrollándola por los bordes del sistema, realimentándola siempre. Apelar a nuestra inventiva puede ser un desafío interesante. Tenemos que estimular la creatividad como forma de supervivencia, se necesitan tantas obras de teatro como hombres nuevos, como nuevas inventivas dramáticas, texturas de imaginación, equipos con jóvenes inundados de valentía y riesgo creativo. Hoy más que siempre viendo nuestra realidad, debemos aferrarnos a las palabras de Meyherhold “se debe apostar a una inyección de sangre nueva”. El teatro se tiene que desarrollar no al margen, sino participando en el mismo centro del acontecer político y social. No importa la FORMA en que los hacedores del arte teatral realicemos un producto artístico, si su CONTENIDO habla del hombre y denuncia su situación, proyectando un cambio sustancial. En alguna parte, todos quienes realizamos esta noble tarea nos encontraremos, por lo pronto nos une lo mejor de cada uno.Quizá el camino correcto sea el más difícil, pero debemos arriesgarnos. No importa cuál es el puerto de partida sino el viento que conduce a un destino desconocido. No importa cuál es el puerto de partida sino el viento que conduce a un destino desconocido. Si la improvisación está ausente en sus actuaciones, es que el actor está estancado en su desarrollo.Las dos condiciones principales del trabajo del actor son: la improvisación y el poder de restringirse. Cuanto más compleja es la combinación de estos dones, mayor es el arte del actor. Generalmente si un actor no se siente cómodo con el director, con el grupo o con la obra, puede ocurrir que se vea estancado en su proceso creativo. A mi me ocurrió. Sentís entonces una especie de necesidad de reír, de llorar, de hacer burlas, de comentar humorísticamente lo que uno mismo hace o lo que hacen tus compañeros. Es como si intentaras huir de la responsabilidad propia de tu arte, un procedimiento de escape. Hay varios métodos personales que ayudan a evitar ese estancamiento. Uno como actor debe aferrarse al arte en sí mismo y a su ética, de esta forma pasará por alto todo aquello que pueda desestimular, todo aquello que nos quite la alegría de crear. Cada vez que los fundamentos se vean difusos, cada vez que uno no se sienta seguro basándose en la estabilidad de sus experiencias anteriores, se debe regresar a los orígenes, al momento que uno decidió hacer teatro. Ahí están las raíces. El teatro es un lugar donde los prejuicios sociales deben dejarse de lado para dar lugar a una comunicación franca y absoluta.Sobre la importancia de la improvisación no quedan dudas. Pero el desbordamiento físico de las emociones debe ser canalizado, controlado, porque de esta forma se convertirá en una ola de signos concretos. No debemos dejarnos llevar por el mero deseo de improvisar ya que se corre el riesgo de rayar en la histeria, de crear una burda imitación del sentimiento real y realizar acciones desordenadas que nada tienen que ver con la motivación inicial, creo que a eso se refería Meyerhold cuando habla de la restricción. En cada papel, el actor adquiere nuevos matices que conserva para siempre. A los 45 años aproximadamente la riqueza de impresiones acumuladas refuerza su experiencia profesional. Sin duda es un proceso de acumulación. Quizá el personaje no quede, pero lo que sí le quedará al actor es el proceso que lo llevó a lograr determinadas cosas. Aprenderá mecanismos únicos de su propia creación, sólo él sabrá cómo usarlos y en qué momento. Aprenderá del tropiezo, se estimulará con el aplauso, pero tendrá siempre en claro que un nuevo desafío lo está esperando y debe estar preparado con todas las herramientas aprendidas a mano. Lo que nos transforma es el proceso, el modo de afrontar cotidianamente nuestro trabajo. Lo que determina los resultados son las motivaciones, no sólo los caminos de la búsqueda. Las motivaciones pueden ser muchas, pueden venir de adentro, de uno mismo. Puede ser un hecho cotidiano, una injusticia diaria. Todas las motivaciones son válidas cuando vienen de la profunda convicción artística. Un actor no termina jamás de recibirse. Siempre estará en lucha consigo mismo, con su cuerpo, con su sociedad. Deberá cuestionarse, observarse. Pese a las peores tormentas siempre necesitará sentir en su cuerpo la sensación de peligro y estímulo que genera este arte. En el oficio del actor está ante todo la posibilidad de cambiarnos y de esta manera cambiar nuestra sociedad. Esto lo decía Brecht, esto lo decía Meyerhold. La vida de todo artista auténtico es la de un hombre constantemente desgarrado por la insatisfacción respecto a sí mismo. Esto alude al profundo sentimiento de superación que debe reinar en el espíritu de un creador. El no estar conforme con lo que uno es, con lo que uno propone como trabajo, habla del verdadero cuestionamiento. Pero debe ser siempre una insatisfacción sana, que propicie avances y mejoras en nuestra personalidad artística. Es un procedimiento inevitable. Sucede que a veces esa insatisfacción se convierte en estancamiento, en auto-censura. El conflicto con uno mismo y con la creación estará presente siempre, preocupémonos cuando no ocurra. Si un día un actor no siente angustia cuando aborda un nuevo proyecto, ese día deberá cuestionarse realmente lo que le está ocurriendo y si es necesario, empezar de cero. Me gustaría prohibir a los actores beber vino, tomar café…. Todo esto altera los nervios, mientras que el actor debe estar absolutamente calmado. El arte del actor, es un acto consciente, claro y alegre, un acto de la voluntad sana y precisa. El estímulo creador puede partir de muchos lugares, pero para poder responder de una forma certera es necesario tener todos los sentidos alerta, expectantes. Trabajar en la armonía creadora, en la lucidez. Ningún estímulo que no sea verdadero puede llevarnos a la inspiración y al verdadero compromiso. La calma genera que uno pueda estar alerta a cualquier motivación y responder en forma inmediata, con el cuerpo, con la voz, con el estado interior. La biomecánica de la que habla Meyerhold se centra en eso precisamente, en la participación absoluta del cuerpo en cada uno de los movimientos. Cuando un actor empieza a comportarse de esa forma, generalmente experimenta un cambio significativo en el modo de percibir y de pensar aquello que hace. Sucede a veces que en ese momento empiezan a “llegar imágenes” a su mente y se puede afirmar que cuando el trabajo funciona desaparece la distancia entre la cabeza que ordena y el cuerpo que ejecuta. Empleando este proceso también en la mente del espectador se puede verificar un cambio perceptivo, ya no verá un cuerpo vacío, sino un ser humano que actúa, que interviene en el espacio. Los espectadores se sentirán impulsados a descifrar esta propuesta que compromete todos los recursos del actor. Lo más valioso de un actor, es su individualidad. Es necesaria que brille a través de sus encarnaciones, tan hábiles como sean ellas. Toda educación tiende a borrar lo individual, pero el actor debe defenderse de esa nivelación. En el oficio del actor está ante todo la posibilidad de cambiarnos y de esta manera cambiar nuestra sociedad. Todo lo que queremos ver reflejado en el teatro, todo lo que se necesita para crear una atmósfera sana, debe comenzar en nosotros mismos. Un actor es ante todo un hombre, y como tal debe desarrollarse a pleno. La individualidad se trabaja no en el individualismo sino en conformación de una ética sólida que acredite la permanencia en esta actividad.Ningún sacrificio es poco para los actores. El teatro es un oficio que impone muchas exigencias a veces un tanto inhumanas que solo algunos soportan, quizá sea una especie de decantación, una prueba para los que estén aptos. No todos se acercan al teatro con un objetivo claro, algunos lo hacen por diversión (en un sentido vacío), otros por tratamiento psicológico, etc., etc.. Pero sólo aquellos que busquen en el teatro una herramienta de cambio, de movilización artística, de lucha activa, esos sabrán sortear las dificultades y se llevarán consigo un sinfín de retribuciones. El propio Meyerhold fue sin proponérselo en su individualidad un rebelde, un herético, un reformador del teatro. Él al igual que muchos otros maestros fue un creador de un teatro de la transición. Sus espectáculos sacudieron los modos de ver y hacer teatro y han obligado a reflexionar sobre el presente y el pasado con una conciencia totalmente diferente. El simple hecho de que haya existido, quita legitimidad a la habitual justificación de que nada se puede cambiar. No es así en absoluto. Los sucesores en cambio, pueden imitarlos sólo si viven en la transición. El actor no puede improvisar más que cuando está lleno de alegría interior. Fuera de una atmósfera de alegría creativa, de gozo artístico, le es imposible darse en toda su plenitud. A lo largo de mis ensayos he gritado, a menudo, a los actores: “está bien” Luego, no está del todo bien. Es necesario trabajar en la alegría. La irritabilidad del director ha hecho enseguida paralizar al actor, es tan inadmisible como un silencio desdeñoso. No solamente es necesario pensar más en los compañeros que en uno mismo, no sólo alcanza con tener una ética sólida, con saber definir claramente los objetivos de nuestro arte, con tener clara conciencia de nuestra herramienta social y creativa; si no que, para que todo se conjugue y redunde en un resultado más que satisfactorio, hace falta que reine la ALEGRÍA creadora. Esa Alegría se desprende del grupo humano y fundamentalmente de uno mismo. Se debe proponer como meta tocar este sentimiento de goce durante todos los años de profesión, durante todos los trabajos, en todos los desafíos, siempre. Inclusive en aquellas escenas en la que el actor debe interpretar un personaje que debe morir, a pesar de ello, debe hacerlo desde un lugar alegre, confiado en que únicamente logrará su verdadero cometido si cree en lo que está haciendo y se da entero, feliz en lo que hace. Sin diversión, sin estímulo permanente, el teatro no tiene sentido. Es muy común ver la inercia en los actores, la abulia, el estado de letargo, de mediocridad. Todos debemos luchar contra eso, dando lo mejor de cada uno y contagiando a lo demás de entusiasmo creador. El teatro es esencialmente destinado a ser estimulante de la vida activa. El rol del actor no termina cuando cae el telón. En la vida debería tener el deber de repartir a su alrededor la belleza propia de su arte. El teatro debe ser un estimulante permanente que redunde fundamentalmente en el mejoramiento personal, en cambiar nuestro entorno. Gerardo Begérez

1 comentario:

Henry dijo...

Muy bueno tu blog, muchas cosas interesantes para leer. Por ahora solo eso...
Saludos!